martes, 26 de agosto de 2014

Bumerang

Esa sensación de estar irremediablemente atada a vos. Esa corriente eléctrica que me trepa desde los talones y me recorre a galope de un recuerdo. Ese dulce dolor del alma, esa opresión del pecho. Ese temor de tocarte, ese je ne sais quo!. Este túnel del tiempo que es tu sonrisa, estas manos que tiemblan, estos ojos tan húmedos. Esta horrible sensación de que todo lo bueno en mí tiene tu nombre, que toda la luz es para tus amaneceres. Esta necesidad de darte las llaves de mi destino, todas esas palabras de amor que fermentaron en mi boca. Este impulso de darte cada sonrisa, de llenarte de alas, de parirte un poema cada día. Pero no.

Me miré en tus ojos y volví a sentir que el reloj se había detenido para siempre. Volví a ser una nena ahogada por un amor que le desborda la razón y la paraliza. Volví a sentir que lo correcto es lo mejor. Volví a enamorarme de tus alas, de tu manera de sonreír, de tu voz y tu manera de decir. Volví a sentir que contemplaba ese atardecer maravilloso, volví sentirte frágil, bello, etéreo. Otra vez esa descarga eléctrica al corazón, que duele que me llena de llantos, que me nubla los ojos y me deja con las manos vacías. Pero me recuerda que estoy viva. Ese dolor tan dulce de saberme intensa, de saber que lato, respiro y todavía puedo sentir con esta fuerza. Este golpe al alma que despierta ese huracán que no recordaba que tenía. Estas ganas de volver el tiempo. Pero no.

Ya no sé si se entiende, pero no hay crueldad mayor que mancillar aquello que nos enamora. No hay peor deshonra para un amante que violentar esa belleza que oprime el corazón. No quiero. No podría traicionarme así. No puedo imponer mi voluntad a la tuya, olvidar tu bienestar por el mío. No puedo pedirte nada, no quiero hacerlo. Me alcanza con contemplar tu vuelo, mirarme en tus ojos. Me alcanza con no volver a tocarte si puedo, a veces, sentirte cerca. 

Extraño destino este, es morir de sed en el mar...

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