domingo, 14 de septiembre de 2008

Dormir la siesta


Como si fuera cierto. Como si pudiera volver a abrazarte. Como si todo el barro del pasado no hubiera secado sobre mis alas. Como si todo hubiera sido un mal sueño y volviera a despertar feliz con tu sonrisa en la cama. Como si nada hubiera pasado. Una mínima porción de pasado, de aire, de alegría. Un instante suspendido en el tiempo. Pequeña eternidad en la que dejaste de ser inalcanzable, en que creí poder fundirme otra vez en tu piel, entre las constelaciones de tu espalda. Pero no. Sé que no.

Por un momento recordé tus manos y la forma en la que me recorrían lentamente, con paciencia, descubriéndome cada vez, explorando cada día lo que ya conocían de memoria como si fuera algo mágico y distinto. Recordé tu aroma, tu perpetuo olor a limón, tu sonrisa de las mañanas, tu sabor, y sobretodo, recordé lo lejos que quedaba el dolor entre tus brazos... Pero no. Sé que no.

Sólo fue una idea que quise, fuera verdad; sólo fue mi deseo formando fantasmas en la realidad que me es tan esquiva. No. Ya no recordás a esta mujer que quedó sepultada bajo la hojarasca, la tristeza y la locura. No. No ves nunca una mujer cuando me mirás. ¿me mirarás?

Mi cabeza en tu almohada, siguiendo el ritmo de tu respiración, conteniendo mis manos, recordando el pasado, sabiéndome culpable. Condenada a morir sin el alimento de tu piel, agónica espera de algo que nunca llega. Ni llegará.

Cruel espejismo.

No hay comentarios: